La Caleta y el Muelle en los años 80.
JOSÉ MIGUEL RODRÍGUEZ RODRIGUEZ (conocido en su faceta de humorista por Jose Canillas Castillero).
El autor del artículo vivió durante muchos años en el Castillo y aunque actualmente ya no reside en el pueblo se considera como un castillero mas. En su artículo nos relata una vivencia que tuvo siendo niño a principios de los años 80 del pasado siglo y nos cuenta como era la vida de los niños por aquella época.
La historia que les cuento transcurre en el Castillo del Romeral, pueblo pesquero enclavado en el sureste de Gran Canaria, sabedor de necesidades y penurias contra la mar y el viento. Allí, a principios de los ochenta, más o menos un año antes de que un tipo con bigote, cara de chiflao y pistola en mano, intentara implantar una nueva bigotudez en España. De esta manera la gente aún no se había llevado el susto y olvidaba el reciente y oscuro pasado de capataces de cultivo, robos de kilos de tomates en la manufacturación, silencio, señorío en el almacén…, amparándose en las promesas turísticas.
Era verano y en el Castillo no faltaba ni actividades, ni espacio. Pescar de orilla, pesca submarina, de barquillo, mariscar, jugar en la playa o, si no, pa’ los tomateros a echar guirreas de tomates maduros, coger nidos de pájaros, cazar lagartos y conejos; si estos se dejaban ver. La verdad que, hoy día, mirando pa’ tras, esto suena un poco salvaje ¿no? Pero más salvaje ha sido y es el engranaje y maquinaria del turismo, que con cemento derretido hormigona sus cuentas bancarias e hipoteca las raíces y futuro del paisaje, conciencia y memoria de un pueblo. Pueblo que, en este caso, no por dejar de tener arenas rubias y mares en calma haya sido excluido de chanchullos urbanísticos, a pesar de ser una zona de paso de aves migratorias declarada RESERVA NATURAL. Por aquella época nadie tenía pesadillas con centrales, cárceles, piscifactorías y un sinfín de ideas monstruosas que nuestros burgueses y políticos, imponen para seguir mamando y destruyendo impunemente.
En la calle, el muelle, la playa, los cocederos, Juncalillo, Juan grande, el Matorral, Agadir o, por donde quiera que fueras, habían chiquillos jugando, mataperriando y, en muchos casos, ayudando a sus padres en los tomateros o en la mar. El fútbol, la pesca, la lucha canaria y el boxeo era de los deportes más seguidos y, digo seguidos, porque el Castillo, a pesar de que la gran mayoría de sus habitantes eran criollos y se conocían por el paso de generaciones, ese cúmulo de roces contra y entre ellos mismos, en momentos decisivos, los unía como una pella.
Tito Herrera, Jose Miguel Rodriguez y Oscar Guedes, algunos de los protagonistas de la historia. |
Habían quedado a las cinco, el Porky fue el último en llegar. Mientras tocaba en la puerta sintió unos tirones y unos movimientos raros en la barriga, como si estuviera pescando y un rascancio de kilo y medio estuviese comiendo de su carnada. Pero no le dio importancia entró, saludó, se dirigió hasta el cuarto y se sentó en el suelo al lado de Angelito. Oscar, estaba explicando las reglas de un nuevo juego que le habían regalado “¿Quién es quién?”, el cual consistía en adivinar la identidad y oficio de unos personajes, después de camuflarlos entre bigotes, gafas, pelucas y sombreros.
Con las reglas del juego explicadas, empezaron a jugar y a adivinar por turnos. El Porky, ya convencido que no le estaban picando sino más bien que había mal de fondo, lo que sentía era el plomo entre un remolino de algas a la deriva por el suelo marino; pero, lejos de recoger los atarecos y marcharse, lo que hizo fue cambiar de posición. En su espacio de aquel círculo, el Porky colocó rodillas y codos en el suelo apoyando la barbilla y la cara sobre sus manos, con la intención de cerrar compuertas y no alertar a la población. Seguro de que el embate (la calma) llegaría en cualquier momento y de que podría disfrutar de aquella tarde con sus amigos se relajó. El remedio fue eficaz, pero no le duro mucho tiempo. Le tocaba jugar a él y tuvo que cambiar de posición. No había pasado tres minutos cuando sintió el choque de las placas abdominales y, como si de un tsunami se tratara, se le encogió la barriga y, a modo de ola gigante, fue subiendo hasta chocar contra el muro de costillas; además, obedeciendo a la ley de la gravedad. Aquella masa de malestar descendía a una velocidad de vértigo hacia su salida natural. Miguel, aunque estuvo rápido y disimulao para, de un brinco volver a la posición de seguridad y cerrar compuertas, no llegó a tiempo del todo. Unas partículas fueron a empotrarse contra los pantalones traspasando los calzoncillos su parte más liquida.
Un brote de gas aromático no tardo en contaminar el ambiente.
- “¡Fooh!, dijo Oscar.
- “¡chacho!, ¿Quien se cagó?”, preguntó Vicente.
- “Gallina que canta gallina que pone”, dijo Miguel intentando desviar la atención y el sofoco que reflejaban sus sudores.
Oscar, se levantó corriendo y abrió la ventana. Pasaron unos minutos y ya se respiraba aire puro en la habitación. El Porky, más aliviao y relajao, se volvió a sentar y fue cuando se dio cuenta de las calidas, esponjosas y húmedas partículas frutos del rebozo. Claro, si en aquel momento se marchaba, demostraba que había sido él. Así que decidió seguir sentado y mantener el juego de: “fuiste tú, no, no, fuiste tú”. Pero ahora preocupado por la reacción de los residuos.
El calor, empezaba a hacer estragos en aquella pequeña habitación de las casas baratas, no dejó pasar la oportunidad de unirse y poner sus graditos y condición ambiental. Un cálido aroma empezaba a emerger hacía las alturas de manera alertadora. El Porky, en situación de pocas salidas, le daba vueltas a la cabeza.
Como si al juego le hubiesen aplicado una opción virtual, ahora se trataba de adivinar quién era el químico de semejante laboratorio. Angelito, miró uno a uno y al llegar a Miguel, por segunda vez, lo señaló. Oscar y Vicente también lo afirmaban de manera burlesca. El Porky, con cara de cagao, con prisas y preso de la condena que iba a sufrir cuando la noticia saliera de aquella habitación, la cagó aun más en un último intento de salvación:
- “Que no mi niño, que yo no fui. Eso que ustedes huelen, es un nuevo perfume, que los extranjeros dejaron en el taxi de mi padre.”
Notas:
- Inconscientemente quizás Miguel olía el futuro turístico.
- El motivo por el que no menciono los apodos de los demás protagonistas, es por el mismo cariño y respeto, que contiene cada una de estas palabras.
UN SALUDO.
JOSÉ MIGUEL RODRÍGUEZ.
Me ha parecido cuanto mas, gracioso y entretenido.
ResponderEliminarDios!! lo que me he reído, no he podido parar de reir. jajajajajaja!!!!
ResponderEliminarJavier Sánchez Macias