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jueves, 11 de agosto de 2011

LA NOVELA DE JULIO VERNE QUE NOS DESCRIBE A "LOS NEGROS DE TIRAJANA".

PABLO GUEDES GONZÁLEZ.

La agencia Thompson y Cía., publicada en 1907, es una novela del famoso escritor francés Julio Verne que narra un viaje turístico a Madeira, Azores y Canarias, organizado por Thompson, propietario de una agencia de viajes inglesa que compite con otra agencia para lograr atraerse al mayor número de viajeros. En el trayecto se vivirán muchas aventuras así como situaciones insólitas y peligrosas, como suele acostumbrar Julio Verne en sus novelas, plasmando además en la obra como debieron ser los inicios del turismo británico en las islas.

La obra publicada después de la muerte de Verne ,se supone que fue escrita en sus primeros 20 capítulos por el escritor universal (incluido el capítulo que trata sobre Gran Canaria) siendo los restantes 10 capítulos, terminados por su hijo Michel Verne.

Un capítulo de la novela trata de una escala en Gran Canaria y un viaje al interior de la isla en el que se nos describe un poblado de negros que se encuentra en "Tirajana", con el que los viajeros entablan una lucha.

Verne describe Gran Canaria como una isla seca y cálida aunque con valles con clima agradable y benigno para enfermos venidos de Europa. Habla de la langosta y de nubes de arena así como de la carencia de agua y admira el esfuerzo de los canarios por adaptarse a un medio hostil. Dice de los canarios que tienen una mentalidad cerrada pero son corteses. Los agricultores son tan pobres que viven en cuevas, como en Artenara. Se queja de la desaparición de los pinos y que en el interior de Gran Canaria existen pueblos con idiomas extraños. Describe el gofio como una papilla de cebada o de trigo, muy tostada y diluida en la leche.

Podríamos pensar que lo que se describe como "una colonia de esclavos negros que viven en zonas inaccesibles" y atacan a los turistas, es una de las fantasías incluida en esta novela de aventuras, si no fuera por el hecho de que desde el siglo XVI se tiene noticias de este poblado de negros a escasos 2 kilómetros de Aldea Blanca en el cauce de Barranco de Tirajana, al lado de Los Cuchillos y el Gallego.

De hecho podría ser que el nombre de Aldea "Blanca", le fuera dado al pueblo en contraposición a esta otra aldea "negra", existente en la zona, hoy día ya desaparecida.

Se supone que la obra "La Agencia Thompson y Compañía" está basada en la obra del antropólogo francés René Vernau "Cinco años de estancia en las Islas Canarias" publicada en 1891.

Pedro Agustin del Castillo (Descripción histórica y geográfica de las Islas de Canaria. 1737), describe refiriéndose a Tirajana: "...su vecindad, de cuatrocientos dieciséis vecinos, muchos de ellos negros, que se mantiene su color tan atezado como si vinieran ahora de Guinea...".

Como signo de nuestro mestizaje, estamos seguros de que por nuestras venas también corre sangre de estos negros, descendientes de los esclavos que quedaban libres, de los que tenemos constancia en los ingenios azucareros y en la Casa Fuerte de Santa Cruz del Romeral. Todavía hoy podemos observar en muchos vecinos de Castillo del Romeral, los rasgos característicos de personas de color, que tienden a desaparacer a raíz del mestizaje tras el paso de varias generaciones.

Publicamos a continuación parte del capítulo de la novela donde se describe el pasaje de la aldea "negra", así como enlace a la novela en formato digital. En un próximo artículo abundaremos en mas datos de ese extraño poblado y de sus orígenes.

ENLACE A LO NOVELA EN FORMATO DIGITAL:

http://es.scribd.com/doc/14244253/Julio-Verne-La-Agencia-Thomson-y-CIA

CAPÍTULO XIX
EL SEGUNDO DIENTE DEL ENGRANAJE
.../... PÁG. 156-160

   Habiendo partido a buena hora llegóse a buena hora también a la cima de Tirajana. El camino penetra en este antiguo cráter por una de las estrechas cortaduras de la muralla del Oeste, y después, remontando en zigzag, sigue la pared del Este. Hacía ya algún tiempo que se seguía fatigosamente la ascensión, cuando el camino se bifurcó en otros dos, de direcciones casi paralelas y formando entre sí un ángulo agudo...
    Alice y Roberto, que marchaban al frente, se detuvieron y buscaron con la mirada al guía indígena.
    El guía había desaparecido.
    En un momento se hallaron todos los turistas reunidos en el cruce de ambos caminos formado un grupo y comentando con viveza aquel singular incidente.
    Mientras sus compañeros se extendían en palabras, Roberto reflexionaba silenciosamente. ¿No constituiría aquella desaparición el comienzo del sospechado complot? De lejos observaba a Jack Lindsay, que parecía compartir muy sinceramente la sorpresa de sus compañeros. Nada había en su actitud que fuera de naturaleza a propósito para justificar los temores que a cada momento con mayor fuerza se alzaban en el ánimo del intérprete del Seamew.
    En todo caso, antes de pronunciarse y decidirse era conveniente esperar. La ausencia del guía podía obedecer a causas sumamente sencillas. Tal vez de un momento a otro se le viera regresar tranquilamente.
    Más de media hora transcurrió sin que estuviera de regreso, y los turistas comenzaron a perder la paciencia. ¡Qué diablo! ¡No iban a permanecer eternamente en aquel sitio! En la duda, no había más que penetrar resueltamente por uno de los dos caminos, a la ventura. A alguna parte se iría al fin y al cabo.
–Tal vez fuera preferible –objetó Jack Lindsay con muy buen sentido– que uno de nosotros fuese a explorar alguno de esos caminos. De este modo podría orientarse mejor acerca de su dirección general. Los otros continuarían donde estamos y esperarían al guía que, después de todo, puede llegar aún.
–Tiene usted razón –respondió Roberto, a quien correspondía aquel papel de explorador, mirando fijamente a Jack Lindsay–. ¿Qué camino cree usted que debo elegir?
    Jack se recusó con un gesto.
–¿Éste, por ejemplo? –insinuó Roberto, indicando el camino de la derecha.
–Como usted quiera –respondió Jack con indiferencia.
–Vaya por éste –concluyó diciendo Roberto, en tanto que Jack apartaba sus ojos, en los que, a pesar suyo, brillaba una mirada de placer.
    Antes de partir, Roberto llevó aparte a su compatriota Roger de Sorgues, y le recomendó la mayor vigilancia.
–Ciertos hechos –vino a decirle en sustancia–, y más especialmente esta inexplicable desaparición del guía, me hacen temer alguna celada. Así, pues, vigile con gran cuidado.
–Pero, ¿y usted? –objetó Roger.
–¡Bah! –replicó Roberto–. Si ha de tener lugar una agresión, no es verosímil que se dirija contra mí. Por lo demás, obraré con prudencia.
    Hechas estas recomendaciones a media voz, aventuróse Roberto por el camino que él mismo había elegido, y los turistas continuaron su espera.
    Los diez primeros minutos se deslizaron tranquilamente; necesitábase ese tiempo para explorar un kilómetro de camino al trote largo de un caballo. Por el contrario, los diez minutos siguientes parecieron más largos y cada uno de ellos hacía más extraño el retraso de Roberto. Roger no pudo contenerse.
–No podemos esperar más –declaró terminantemente–. La desaparición del guía no presagia nada bueno, y estoy persuadido de que alguna cosa le ha sucedido a Mr. Morgand. Por lo que a mí hace, marcho a su encuentro sin esperar ni un minuto más.
–Mi hermana y yo iremos con usted –dijo Alice con voz firme.
–Iremos todos –exclamó sin vacilar la unanimidad de los turistas.
    Cualesquiera que fuesen sus ocultos pensamientos, Jack no hizo ninguna oposición a aquel proyecto, y, al igual que los demás, lanzó su caballo al galope.
    El camino rápidamente seguido por la cabalgata se deslizaba entre dos murallas cortadas perpendicularmente.
–¡ Una verdadera madriguera! –gruñó Roger entre dientes.
    Sin embargo, nada anormal aparecía. En cinco minutos llegó a franquearse un kilómetro sin encontrar a ningún ser viviente.
    Al llegar a un recodo del camino, detuviéronse repentinamente los turistas prestando oído alentó a un tumulto confuso, semejante al murmullo de una muchedumbre, que llegaba hasta donde ellos se encontraban.
–¡Despachemos! –gritó Roger, sacando de nuevo su caballo al galope.
    En pocos segundos la tropa de los turistas llegó a la entrada de una aldea, de donde salía el ruido que llamara su atención.
    Aldea de las más singulares, no contaba con casas; era una nueva edición de Artenara. Sus habitantes se alojaban a expensas de las murallas que bordeaban el camino.
    Por el momento, aquellas moradas de trogloditas estaban vacías. Toda la población, compuesta única y exclusivamente de negros, había invadido la calzada y se agitaba lanzando increíbles vociferaciones.
    La aldea se encontraba evidentemente en ebullición. ¿A causa de qué? Los turistas no pensaban en preguntárselo. Toda su atención estaba monopolizada por el espectáculo imprevisto que ante sus ojos se ofrecía. A menos de cincuenta metros veían a Roberto Morgand, sobre el que parecía converger la cólera general; Roberto había echado píe a tierra, y, arrimado a una de las murallas transformada en colmena humana, defendíase como mejor podía, resguardándose con su caballo.
    El animal, nervioso, se movía en todos sentidos, y las coces que lanzaba por doquier mantenían libre un amplio espacio en torno de su dueño.
    No parecía que los negros poseyesen armas de fuego. Sin embargo, cuando los turistas llegaron al terreno de la lucha, tocaba éste a su término. Roberto Morgand iba debilitándose sensiblemente. Después de haber descargado su revólver, y desembarazándose así de dos negros, que permanecían tendidos en el suelo, no contaba ya como arma defensiva más que con su látigo, cuyo pesado mango había bastado hasta entonces para salvarle. Pero, asaltado a un tiempo por tres lados a la vez, apedreado por una turba de hombres, de mujeres y de chiquillos, era dudoso que pudiese resistir por más tiempo. La sangre corría por su frente.
    La llegada de los turistas le aportaba un socorro, pero no la salvación. Entre éstos y Roberto se interponían centenares de negros, gritando, aullando, con tanta excitación, que no se habían dado cuenta de la presencia de los recién llegados.
    Roger, como a un regimiento, iba a ordenar la carga a todo riesgo, cuando uno de sus compañeros previno la orden.
    De repente, saliendo de las últimas filas de los excursionistas, lanzóse un jinete como un alud, y cayó como el rayo sobre los negros.
    A su paso, los turistas habían podido reconocer con estupefacción a Mr. Blockhead que, pálido, lívido, lanzando lamentables gritos de angustia, se aferraba al cuello de su caballo, asustado por los clamores de los negros.
    A aquellos gritos respondieron los negros con exclamaciones de terror. El caballo, enloquecido, galopaba, saltaba, pisoteaba todo lo que encontraba a su paso.
    En un instante el camino se halló libre. Buscando refugio en el fondo de sus casas, todos los negros en estado de combatir habían huido ante aquel rayo de la guerra.
    No todos, sin embargo; uno de ellos había permanecido en su puesto.
    Solo, en medio del camino, éste, verdadero gigante, con musculatura de Hércules, parecía menospreciar el pánico de sus conciudadanos. Blandía con orgullo una especie de viejo fusil, algún trabuco naranjero español, que desde hacía un cuarto de hora estaba llenando de pólvora hasta la boca.
    El negro alzó aquel arma, que sin duda iba a reventar entre sus manos, y la dirigió hacia Roberto.
    Roger, seguido por todos sus compañeros, se había lanzado en el espacio despejado por la brillante acometida del estimado tendero honorario.
    ¿Llegaría a tiempo para detener el golpe pronto a partir?
    Felizmente un héroe se le adelantaba. Blockhead y su caballo, ansioso de libertad.
    De pronto hallóse éste a dos pasos del gigante negro, absorto en el desacostumbrado manejo de su antiguo escopetón. Aquel obstáculo imprevisto intimidó al asustado caballo, que, aferrándose en el suelo con sus cuatro patas, relinchó rabiosamente y se paró en seco.
    Absyrthus Blockhead prosiguió, por el contrario, su carrera. Arrastrado por su ardor, y un poco también, fuerza es reconocerlo, por la velocidad adquirida, Blockhead franqueó el cuello de su noble corcel, y describiendo una sabia y armoniosa curva, fue, a la manera de un obús, a dar al negro el pleno pecho.
    Proyectil y bombardeado rodaron de consuno por el suelo.
    En este mismo instante Roger y todos sus compañeros llegaban al sitio de aquel memorable combate.
    Blockhead fue recogido y atravesado en una silla, mientras otro turista se apoderaba del caballo. Habiendo montado Roberto sobre el suyo, la pequeña tropa huyó al galope de la aldea negra, por la extremidad opuesta a la que diera entrada.
    Menos de un minuto después del momento en que se había visto a Roberto Morgand, todo el mundo estaba en seguridad.
    Sí; aquel tan breve espacio de tiempo había bastado a Absyrthus Blockhead para ilustrarse para siempre en los fastos de la caballería, inventar una nueva arma arrojadiza y salvar, por añadidura, a uno de sus semejantes.
    Por el momento, aquel valeroso guerrero no parecía hallarse en brillante condición. Una violenta conmoción cerebral habíale sumido en un desmayo, que no mostraba ninguna tendencia a disiparse.
    Tan pronto como se hallaron lo bastante alejados del pueblo negro para no tener ya que temer un retorno ofensivo, echaron pie a tierra, y algunas abluciones de agua fría bastaron para devolver el sentido a Blockhead. Muy en breve se declaró dispuesto a partir.
    Antes, sin embargo, fuéle preciso aceptar las acciones de gracias de Roberto, ante las cuales, por un exceso sin duda de modestia, el estimable tendero honorario no dio muestras de que hubiera comprendido el porqué de la gratitud.
    Marchando al paso, rodeóse durante una hora el pico central de la isla, el Pozo de la Nieve, así llamado en razón de las neveras que los canarios han establecido en sus flancos, y luego se atravesó una vasta meseta sembrada de rocas pasándose sucesivamente, por entre las de Saucillo del Hublo, bloque monolítico de ciento doce metros, de Rentaigo y de la Cuimbre.
    Ya fuese un resto de la emoción causada por los negros, ya el resultado de la fatiga, ya otro motivo cualquiera, lo cierto es que muy pocas palabras se cruzaron mientras se atravesó aquella meseta. La mayor parte de los turistas avanzaban en silencio, casi en el mismo orden que al partir. Solamente algunas filas habían sufrido una ligera modificación. Saunders, por una parte, se había unido al valeroso Blockhead, y Roberto, por otra, cabalgaba al lado de Roger, en tanto que Alice y Dolly formaban la segunda fila.
    Los dos franceses hablaban del incomprensible acontecimiento, que estuvo a punto de costar la vida a uno de ellos.
–Había adivinado usted con exactitud –dijo Roger– previendo una emboscada; sólo que el peligro estaba delante y no a la espalda.
–Es verdad –reconoció Roberto–. Pero ¿podía yo suponer que se atentase a mi humilde persona? Además, estoy convencido de que la casualidad ha sido la que lo ha hecho todo, y que usted habría tenido igual acogida, si en mi lugar hubiera usted ido a aquel pueblo de negros.
–En realidad, ¿qué clase de colonia es esa, negra en pleno país de raza blanca?
–Una antigua república de negros –respondió Roberto–. Hoy, hallándose como se halla abolida la esclavitud en todo país dependiente de un Gobierno civilizado, esta república ha perdido su razón de ser. Pero los negros tienen cerebros obstinados, y los descendientes persisten en las costumbres de los antepasados, y así continúan enterrados en el fondo de sus cavernas salvajes, viviendo en un aislamiento casi absoluto, sin aparecer a veces en las poblaciones próximas durante más de un año.
–No son muy hospitalarios –observó Roger, riendo–. ¿Qué diablos pudo usted hacerles para ponerles de aquel modo en revolución?
–Absolutamente nada –dijo Roberto–. La revolución había estallado antes de mi llegada.
–¡Hombre! ¿Y por qué motivo?
–No me lo han contado; pero he podido adivinarlo fácilmente por las injurias con que me han abrumado. Para comprender sus razones, precisa saber que los canarios ven con malos ojos como los extranjeros llegan a su país cada vez en mayor número, pues creen que todos esos enfermos dejan en sus islas algo de sus enfermedades, y que acabarán por hacerlas mortales. Ahora bien, aquellos negros se imaginaban que nosotros acudíamos a su pueblo con objeto de fundar en él un hospital de leprosos y de tísicos. De ahí su furor.
–¡Un hospital...! ¿Y cómo ha podido nacer semejante idea en sus crespas cabezas?
–Alguno se la habrá inspirado –respondió Roberto–, y puede usted calcular el efecto de semejante amenaza en sus cerebros infantiles, imbuidos de prejuicios locales.
–¿Alguno...? ¿De quién, pues, sospecha usted?
–Del guía.
–¿Con qué objeto?
–Con un objeto de lucro; esto es natural. El bandido contaba con apoderarse de la parte correspondiente en nuestros despojos.
    Verdaderamente aquella explicación parecía bastante plausible, y no era dudoso que las cosas hubiesen pasado así.
    En el transcurso de la noche anterior debió el guía de preparar aquella emboscada y sembrar la cólera entre aquellos sencillos habitantes, fáciles de inflamar y de ser engañados.
    Lo que Roberto se callaba era la parte que con toda seguridad había tomado Jack en aquel complot, y eso con un objetivo muy distinto del pillaje inmediato.
    Después de reflexionar, había, en efecto, adoptado la resolución de no decir nada de sus sospechas. Para semejante acusación se requerían pruebas y Roberto no las tenía; tan sólo presunciones; pero, faltando el guía, no tenía medios de procurarse ninguna prueba material. En semejantes condiciones, era preferible guardar silencio sobre la aventura.
    Aun cuando se hallase más armado de pruebas, hubiera callado, por una parte, por entender que era preferible dejar impune el ataque sufrido a sacar de él una venganza que recaería sobre Mrs. Lindsay al recaer sobre su miserable autor.
    Mientras que ambos franceses debatían aquella interesante cuestión, Saunders había cogido por su cuenta a Blockhead.
–¡Mi enhorabuena, caballero! –díjole poco después de ponerse en marcha.
.../...

5 comentarios:

  1. Super interesante. Gracias por tus recopilaciones.

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  2. Qué suerte vivir aquí.

    Un cordial saludo y enhorabuena por tus aportes.

    Noly Gil.

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  3. Pablo: me alegro de que no seas empleado mío, porque tu labor no tiene pago. Es impagable lo que haces por nuestra Cultura. ¡Enhorabuena y ánimo!. Un abrazo.

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  4. fantastico trabajo,un saludo

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  5. Gracias por tu aportación histórica. Estas páginasdeben ser conocidas por todos los canarios para que sepamos como se ha formado nuestra sociedad y por qué tenemos que seguir siendo un pueblo universal, hospitalario y tolerante.
    Juan de Telde

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