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martes, 23 de agosto de 2011

LA FIESTA DE SAN BARTOLOMÉ (DE TIRAJANA) Y SU SIGNIFICADO PARA LOS ANTIGUOS CANARIOS.

Recreación de las tres naves que hiceron el ataque a Tirajana

PABLO GUEDES GONZÁLEZ.

Cada 24 de agosto, San Bartolomé de Tirajana celebra la festividad de su patrón y por la cual recibe el nombre el municipio. El motivo de esta festividad fue una incursión castellana realizada a “Tirajana” en la que fueron derrotados por los canarios.

La incursión se realizó el 24 de agosto de 1479, día de San Bartolomé, santo patrón del municipio por encomendarse a él los castellanos durante los hechos. Los castellanos eran mandados por Pedro Hernández Cabrón, pirata y corsario de Cádiz, al servicio de Fernando El Católico. Según Abreu Galindo, la expedición es realizada a “Tirajana”, a la búsqueda y captura de canarios, para ser vendidos como esclavos en la península.

Marin de Cubas, en su “Historia de las 7 islas de Canaria”, describe los hechos de la siguiente manera.

“Andavan los canarios tan descomedidos, y atrevidos que hacian en los xristianos grandes burlas, y maldades, haziendo de noche rebatos arma falsa, y a el soldado que veian apartado, o solo le procuraban matar, y la maior fuerza de ellos estaba a la parte opuesta de la Ysla en unas sierras, y varrancos agrissimos llamados Tirajana onde viven en cuebas, y grutas altísimas como las aves de onde las mugeres arrojan piedras, y palos por su defenza y el almirante con alguna gente suia, y otros veteranos y canarios practicos amigos, y enemigos de los suios por delitos.

Envarcados en tres navios fueron al fin de la ysla y dia 24 de agosto de san Bartholome llegaron al pueblo que esta al pie de las sierras, y le hallaron sin gente bien proveidos de carne en sesina ganados, cevada, manteca, y miel silvestre en ollas y odres, y higos passados, y recojida la presa queriendo venir a embarcarse ya serca de noche le dixeron a Pedro Hernandez, que no convenia porque havia cierta emboscada de canarios a la retirada, respondio que tenia los navios sin gente, y que havia de dormir en ellos, y no temia a hombres desnudos, iendo de marcha una cuesta arriva agria, y de malos passos, salieron los canarios dando silvos gritos, y pedradas en lluvia, y palos con que mataron 26 xristianos, y mas de cien heridos, y desvaratados caminaron a la marina, y ellos en su seguimiento que fue menester que de las lanchas se disparasen armas de fuego, y ballestas salio Pedro Hernandez con una pedrada en la caveza, y quedo sin algunos dientes, y la boca torsida que no pudo hablar ni comer bien vino renegando de los canarios, de la conquista de tales fieras.”

Según Viera y Clavijo los canarios estaban al mando del Faicán de Telde, (máxima autoridad religiosa del reino o guanartemato de Telde) e hicieron a los castellanos 22 muertos, 100 heridos y 80 prisioneros.
Recreación poblado aborigen Lomo Los Gatos, Playa de Mogán. Estodotuyo.com.

Al no conocerse a ciencia exacta, por donde se realizó la incursión, en un anterior artículo planteábamos la hipótesis de que a pesar de que hoy día Tirajana se relaciona con Tunte y el interior de la isla, en el pasado también se conocía por este nombre a la zona de costa en Amurga, y lo que se describe en la crónica como “el pueblo al pie de las sierras” pudiera ser Pozo del Lentisco, hoy día ya desaparecido y situado en el actual Tarajalillo, al pie de Montaña de las Tabaibas y Amurga. (NUEVA TEORÍA ACERCA DE LA ENTRADA DE PEDRO CABRÓN A AMURGA (TIRAJANA), EN 1479)

En el artículo sentábamos las bases de una hipótesis, por la cual Amurga era para los antiguos canarios un santuario, lugar de culto y sitio de asilo y de refugio en tiempos de guerra y por ello se desarrollaron allí las últimas acciones de la conquista. Montaña de las Tabaibas, dentro de Amurga, era la montaña sagrada junto con la de Tirma, descrita en las crónicas, donde se realizaban los mas importantes ritos aborígenes.

En el artículo de hoy, vamos a dar a conocer otro importante dato que suponemos que no es casual y que viene a confirmar otros descubrimientos que hemos aportado en este blog, relacionados con el calendario de los canarios y la estrella Canopo. (LOS YACIMIENTOS ABORÍGENES DE CUATRO PUERTAS Y DEL CORONADERO (AMURGA), RELACIONADOS CON LA ESTRELLA CANOPO. El descubrimiento ayuda a descifrar el calendario de los antiguos canarios.)

En esas aportaciones veníamos a relacionar los restos arqueológicos mencionados, con fechas importantes para los canarios, por las cuales se regía su calendario y que fundamentalmente marcaban la temporada de lluvias y la temporada seca. Estas fechas importantes se regían por la aparición de la estrella Canopo en el cielo de Canarias, hecho que se daba en torno al veintitrés (23) de agosto (± 5 días), permaneciendo visible hasta el diecisiete (17) de abril (± 5 días). (Según Ignacio Reyes García, El Cielo de los antiguos).

Grafico: Larevelacionastrologica.blogspot.com
Concretamente, los 36 mojones aborígenes que se encuentran en Altos del Coronadero en Amurga, creemos que tenían una funcionalidad de marcador calendárico, puesto que según Francisco Peinado, el mojón central y de mayor tamaño se alinea con la salida del sol en dos fechas concretas, 14 de abril y 28 de agosto (en fechas actuales), que como ya hemos indicado se corresponden con la visibilidad de Canopo en Canarias.

La función del calendario de los antiguos canarios, al igual que para otros pueblos y civilizaciones antiguas era la de conocer los ciclos de la lluvia para planificar adecuadamente las actividades agrícolas y ganaderas. Controlar los periodos de apareamiento del ganado para procurar que sus crías nacieran cuando los pastos fueran abundantes. Sembrar en la época adecuada del año para que las lluvias del invierno hiciesen crecer la cosecha.

Por tanto la aparición de Canopo, alrededor del 24 de agosto (23 de agosto ± 5 días), representaba una fecha importante del calendario canario en la que se realizaban importantes ritos y ceremonias, en las que intervenía el Faicán como gran sacerdote, junto con las sacerdotisas, las harimaguadas. El pueblo, suponemos que en peregrinación, asistía a estos ritos desde los poblados importantes de la comarca, situados en las inmediaciones de Amurga: Agüimes, Tunte, Fataga, Gitagana (Arteara), Maspalomas y los poblados de la costa , que podrían ser Pozo del Lentisco y  Aldea Blanca.

Recreación a partir de fotomontaje de Jose L. Peinado. Pintaderacanaria.blogspot.com
Lo que ponemos en evidencia con todos estos datos, era que la entrada de Pedro Cabrón el día 24 de agosto, no creemos que fuera casual y sospechamos que los castellanos sabían por medio de los canarios que tenían a su servicio, que Amurga era centro de peregrinación por estas fechas (...y la maior fuerza de ellos estaba a la parte opuesta de la Ysla), a donde se trasladaban gran número de canarios para realizar sus ritos y por ello se realiza esta incursión a la caza de esclavos y rapiña, creyendo los conquistadores que les iba a resultar una tarea fácil, despreciando la capacidad de lucha de los canarios.

Como indican las crónicas, la presencia del Faicán de Telde, en el lugar al frente de los canarios y no en Telde, suma más argumentos a las hipótesis que estamos planteando.

En aquellos momentos la isla se dividía en dos reinos, Gáldar y Telde, cada uno con su santuario de peregrinación, Tirma y Tirajana (Amurga). Egonayga, Guanarteme o rey de Gáldar, fallece ese mismo año de 1479 y le sucede su hijoTenesor Semidán que pasó a llamarse después Fernando Guanarteme. El Guanarteme de Telde, Bentagoyhe, falleció en 1476 y su hijo Bentejuí, es menor de edad en esos momentos, por lo que parece ser que al frente del reino está el Faicán, llamado Tasarte, que a la vez es la máxima autoridad religiosa. Es por ello que está al mando de los canarios en la batalla contra los castellanos, y lo mas importante, que se encuentra en ese lugar y en ese momento, porque en esas fechas se realizaban esos importantes ritos del calendario.


Croquis santuario Amurga, en rojo mojones aborígenes.Elaboración própia desde plano carta arqueológica SBT.

José Barrios señala para los guanches, en la isla de Tenerife que:

“…sin perjuicio de constituirse el Beñesmer en toda circunstancia excepcional, como a la muerte y proclamación de los menceyes, declaración de la guerra, etc., por ministerio de la ley los soberanos lo convocaban tres veces al año, en la cuarta, octava y duodécima luna, durando cada legislatura nueve días que correspondían a los nueve últimos de la 3ª decena del mes de Abril, 2ª decena de Agosto y 3ª de Diciembre.” (Investigaciones sobre Matemáticas y Astronomía Guanche. Sistemas de Numeración.)

El Beñesmer o Beñesmen, era la festividad por excelencia de los guanches en Tenerife, que podríamos extrapolar a los canarios en Gran canaria. El evento se ha traspasado a la liturgia cristiana el 15 de agosto, con la festividad de La Virgen de Calendaria (cuya imagén la tenían los guanches en el momento de la conquista). Observemos que si contamos los nueve días que nos indican que duraban los festejos, se llega al 24 de agosto, fecha de aparición de Canopo, todo ello con fechas aproximadas.

“Tenian los naturales de esta dicha isla de Thenerife (...) Todos los años en los postrimeros dias del quarto mes, que es abril, celebrauan fiestas anales, por espacio de nueue dias; juntauanse los de cada reyno en el palacio de su rey; y alli se regozijauan con juegos, danças,bailes [.]: en estas fiestas auia grandes combites à costa de el rey.” (Núñez de la Peña, (1676). J. Conqvista y Antigvedades de las Islas de la Gran Canaria, y sv Descripción).

Para José Barrios en su tesis doctoral, en función de las costumbres de los bereberes, y de las fuentes recopiladas:

“El conocimiento de los ciclos astrales debió constituir uno de los aspectos más profundos del sistema de creencias de los sacerdotes canarios y guanches, del que poco estaban dispuestos a revelar a sus interlocutores europeos. Dada su profunda aversión a desvelar estos conocimientos, estimamos que las fuentes antiguas sólo alcanzaron a conocerlos en sus aspectos más superficiales. Si ello es así, cabe pensar que los ciclos más importantes desde un punto de vista religioso fueran, precisamente, los menos tratados por las fuentes. Es decir, los ciclos de las estrellas, los eclipses y los planetas.”

Por último y como reminiscencia que todavía se conserva en Gran Canaria de lo que debieron ser esas festividades aborígenes, tenemos la fiesta del charco de La Aldea que se celebra cada año el 11 de septiembre (el 10 día es San Nicolás), siendo según las fuentes, una de las mas antiguas de Gran Canaria, de procedencia aborigen y que se celebraba cuando la visita del obispo Francisco Delgado Venegas, en 1776, el día 23 de agosto.

ARTÍCULOS RELACIONADOS.

NUEVA TEORÍA ACERCA DE LA ENTRADA DE PEDRO CABRÓN A AMURGA (TIRAJANA), A LA CAPTURA DE ESCLAVOS, EN 1479.

LOS YACIMIENTOS ABORÍGENES DE CUATRO PUERTAS Y DEL CORONADERO (AMURGA), RELACIONADOS CON LA ESTRELLA CANOPO.

AMURGA, EL SANTUARIO PERDIDO IV. LOS RITOS SAGRADOS.

jueves, 11 de agosto de 2011

LA NOVELA DE JULIO VERNE QUE NOS DESCRIBE A "LOS NEGROS DE TIRAJANA".

PABLO GUEDES GONZÁLEZ.

La agencia Thompson y Cía., publicada en 1907, es una novela del famoso escritor francés Julio Verne que narra un viaje turístico a Madeira, Azores y Canarias, organizado por Thompson, propietario de una agencia de viajes inglesa que compite con otra agencia para lograr atraerse al mayor número de viajeros. En el trayecto se vivirán muchas aventuras así como situaciones insólitas y peligrosas, como suele acostumbrar Julio Verne en sus novelas, plasmando además en la obra como debieron ser los inicios del turismo británico en las islas.

La obra publicada después de la muerte de Verne ,se supone que fue escrita en sus primeros 20 capítulos por el escritor universal (incluido el capítulo que trata sobre Gran Canaria) siendo los restantes 10 capítulos, terminados por su hijo Michel Verne.

Un capítulo de la novela trata de una escala en Gran Canaria y un viaje al interior de la isla en el que se nos describe un poblado de negros que se encuentra en "Tirajana", con el que los viajeros entablan una lucha.

Verne describe Gran Canaria como una isla seca y cálida aunque con valles con clima agradable y benigno para enfermos venidos de Europa. Habla de la langosta y de nubes de arena así como de la carencia de agua y admira el esfuerzo de los canarios por adaptarse a un medio hostil. Dice de los canarios que tienen una mentalidad cerrada pero son corteses. Los agricultores son tan pobres que viven en cuevas, como en Artenara. Se queja de la desaparición de los pinos y que en el interior de Gran Canaria existen pueblos con idiomas extraños. Describe el gofio como una papilla de cebada o de trigo, muy tostada y diluida en la leche.

Podríamos pensar que lo que se describe como "una colonia de esclavos negros que viven en zonas inaccesibles" y atacan a los turistas, es una de las fantasías incluida en esta novela de aventuras, si no fuera por el hecho de que desde el siglo XVI se tiene noticias de este poblado de negros a escasos 2 kilómetros de Aldea Blanca en el cauce de Barranco de Tirajana, al lado de Los Cuchillos y el Gallego.

De hecho podría ser que el nombre de Aldea "Blanca", le fuera dado al pueblo en contraposición a esta otra aldea "negra", existente en la zona, hoy día ya desaparecida.

Se supone que la obra "La Agencia Thompson y Compañía" está basada en la obra del antropólogo francés René Vernau "Cinco años de estancia en las Islas Canarias" publicada en 1891.

Pedro Agustin del Castillo (Descripción histórica y geográfica de las Islas de Canaria. 1737), describe refiriéndose a Tirajana: "...su vecindad, de cuatrocientos dieciséis vecinos, muchos de ellos negros, que se mantiene su color tan atezado como si vinieran ahora de Guinea...".

Como signo de nuestro mestizaje, estamos seguros de que por nuestras venas también corre sangre de estos negros, descendientes de los esclavos que quedaban libres, de los que tenemos constancia en los ingenios azucareros y en la Casa Fuerte de Santa Cruz del Romeral. Todavía hoy podemos observar en muchos vecinos de Castillo del Romeral, los rasgos característicos de personas de color, que tienden a desaparacer a raíz del mestizaje tras el paso de varias generaciones.

Publicamos a continuación parte del capítulo de la novela donde se describe el pasaje de la aldea "negra", así como enlace a la novela en formato digital. En un próximo artículo abundaremos en mas datos de ese extraño poblado y de sus orígenes.

ENLACE A LO NOVELA EN FORMATO DIGITAL:

http://es.scribd.com/doc/14244253/Julio-Verne-La-Agencia-Thomson-y-CIA

CAPÍTULO XIX
EL SEGUNDO DIENTE DEL ENGRANAJE
.../... PÁG. 156-160

   Habiendo partido a buena hora llegóse a buena hora también a la cima de Tirajana. El camino penetra en este antiguo cráter por una de las estrechas cortaduras de la muralla del Oeste, y después, remontando en zigzag, sigue la pared del Este. Hacía ya algún tiempo que se seguía fatigosamente la ascensión, cuando el camino se bifurcó en otros dos, de direcciones casi paralelas y formando entre sí un ángulo agudo...
    Alice y Roberto, que marchaban al frente, se detuvieron y buscaron con la mirada al guía indígena.
    El guía había desaparecido.
    En un momento se hallaron todos los turistas reunidos en el cruce de ambos caminos formado un grupo y comentando con viveza aquel singular incidente.
    Mientras sus compañeros se extendían en palabras, Roberto reflexionaba silenciosamente. ¿No constituiría aquella desaparición el comienzo del sospechado complot? De lejos observaba a Jack Lindsay, que parecía compartir muy sinceramente la sorpresa de sus compañeros. Nada había en su actitud que fuera de naturaleza a propósito para justificar los temores que a cada momento con mayor fuerza se alzaban en el ánimo del intérprete del Seamew.
    En todo caso, antes de pronunciarse y decidirse era conveniente esperar. La ausencia del guía podía obedecer a causas sumamente sencillas. Tal vez de un momento a otro se le viera regresar tranquilamente.
    Más de media hora transcurrió sin que estuviera de regreso, y los turistas comenzaron a perder la paciencia. ¡Qué diablo! ¡No iban a permanecer eternamente en aquel sitio! En la duda, no había más que penetrar resueltamente por uno de los dos caminos, a la ventura. A alguna parte se iría al fin y al cabo.
–Tal vez fuera preferible –objetó Jack Lindsay con muy buen sentido– que uno de nosotros fuese a explorar alguno de esos caminos. De este modo podría orientarse mejor acerca de su dirección general. Los otros continuarían donde estamos y esperarían al guía que, después de todo, puede llegar aún.
–Tiene usted razón –respondió Roberto, a quien correspondía aquel papel de explorador, mirando fijamente a Jack Lindsay–. ¿Qué camino cree usted que debo elegir?
    Jack se recusó con un gesto.
–¿Éste, por ejemplo? –insinuó Roberto, indicando el camino de la derecha.
–Como usted quiera –respondió Jack con indiferencia.
–Vaya por éste –concluyó diciendo Roberto, en tanto que Jack apartaba sus ojos, en los que, a pesar suyo, brillaba una mirada de placer.
    Antes de partir, Roberto llevó aparte a su compatriota Roger de Sorgues, y le recomendó la mayor vigilancia.
–Ciertos hechos –vino a decirle en sustancia–, y más especialmente esta inexplicable desaparición del guía, me hacen temer alguna celada. Así, pues, vigile con gran cuidado.
–Pero, ¿y usted? –objetó Roger.
–¡Bah! –replicó Roberto–. Si ha de tener lugar una agresión, no es verosímil que se dirija contra mí. Por lo demás, obraré con prudencia.
    Hechas estas recomendaciones a media voz, aventuróse Roberto por el camino que él mismo había elegido, y los turistas continuaron su espera.
    Los diez primeros minutos se deslizaron tranquilamente; necesitábase ese tiempo para explorar un kilómetro de camino al trote largo de un caballo. Por el contrario, los diez minutos siguientes parecieron más largos y cada uno de ellos hacía más extraño el retraso de Roberto. Roger no pudo contenerse.
–No podemos esperar más –declaró terminantemente–. La desaparición del guía no presagia nada bueno, y estoy persuadido de que alguna cosa le ha sucedido a Mr. Morgand. Por lo que a mí hace, marcho a su encuentro sin esperar ni un minuto más.
–Mi hermana y yo iremos con usted –dijo Alice con voz firme.
–Iremos todos –exclamó sin vacilar la unanimidad de los turistas.
    Cualesquiera que fuesen sus ocultos pensamientos, Jack no hizo ninguna oposición a aquel proyecto, y, al igual que los demás, lanzó su caballo al galope.
    El camino rápidamente seguido por la cabalgata se deslizaba entre dos murallas cortadas perpendicularmente.
–¡ Una verdadera madriguera! –gruñó Roger entre dientes.
    Sin embargo, nada anormal aparecía. En cinco minutos llegó a franquearse un kilómetro sin encontrar a ningún ser viviente.
    Al llegar a un recodo del camino, detuviéronse repentinamente los turistas prestando oído alentó a un tumulto confuso, semejante al murmullo de una muchedumbre, que llegaba hasta donde ellos se encontraban.
–¡Despachemos! –gritó Roger, sacando de nuevo su caballo al galope.
    En pocos segundos la tropa de los turistas llegó a la entrada de una aldea, de donde salía el ruido que llamara su atención.
    Aldea de las más singulares, no contaba con casas; era una nueva edición de Artenara. Sus habitantes se alojaban a expensas de las murallas que bordeaban el camino.
    Por el momento, aquellas moradas de trogloditas estaban vacías. Toda la población, compuesta única y exclusivamente de negros, había invadido la calzada y se agitaba lanzando increíbles vociferaciones.
    La aldea se encontraba evidentemente en ebullición. ¿A causa de qué? Los turistas no pensaban en preguntárselo. Toda su atención estaba monopolizada por el espectáculo imprevisto que ante sus ojos se ofrecía. A menos de cincuenta metros veían a Roberto Morgand, sobre el que parecía converger la cólera general; Roberto había echado píe a tierra, y, arrimado a una de las murallas transformada en colmena humana, defendíase como mejor podía, resguardándose con su caballo.
    El animal, nervioso, se movía en todos sentidos, y las coces que lanzaba por doquier mantenían libre un amplio espacio en torno de su dueño.
    No parecía que los negros poseyesen armas de fuego. Sin embargo, cuando los turistas llegaron al terreno de la lucha, tocaba éste a su término. Roberto Morgand iba debilitándose sensiblemente. Después de haber descargado su revólver, y desembarazándose así de dos negros, que permanecían tendidos en el suelo, no contaba ya como arma defensiva más que con su látigo, cuyo pesado mango había bastado hasta entonces para salvarle. Pero, asaltado a un tiempo por tres lados a la vez, apedreado por una turba de hombres, de mujeres y de chiquillos, era dudoso que pudiese resistir por más tiempo. La sangre corría por su frente.
    La llegada de los turistas le aportaba un socorro, pero no la salvación. Entre éstos y Roberto se interponían centenares de negros, gritando, aullando, con tanta excitación, que no se habían dado cuenta de la presencia de los recién llegados.
    Roger, como a un regimiento, iba a ordenar la carga a todo riesgo, cuando uno de sus compañeros previno la orden.
    De repente, saliendo de las últimas filas de los excursionistas, lanzóse un jinete como un alud, y cayó como el rayo sobre los negros.
    A su paso, los turistas habían podido reconocer con estupefacción a Mr. Blockhead que, pálido, lívido, lanzando lamentables gritos de angustia, se aferraba al cuello de su caballo, asustado por los clamores de los negros.
    A aquellos gritos respondieron los negros con exclamaciones de terror. El caballo, enloquecido, galopaba, saltaba, pisoteaba todo lo que encontraba a su paso.
    En un instante el camino se halló libre. Buscando refugio en el fondo de sus casas, todos los negros en estado de combatir habían huido ante aquel rayo de la guerra.
    No todos, sin embargo; uno de ellos había permanecido en su puesto.
    Solo, en medio del camino, éste, verdadero gigante, con musculatura de Hércules, parecía menospreciar el pánico de sus conciudadanos. Blandía con orgullo una especie de viejo fusil, algún trabuco naranjero español, que desde hacía un cuarto de hora estaba llenando de pólvora hasta la boca.
    El negro alzó aquel arma, que sin duda iba a reventar entre sus manos, y la dirigió hacia Roberto.
    Roger, seguido por todos sus compañeros, se había lanzado en el espacio despejado por la brillante acometida del estimado tendero honorario.
    ¿Llegaría a tiempo para detener el golpe pronto a partir?
    Felizmente un héroe se le adelantaba. Blockhead y su caballo, ansioso de libertad.
    De pronto hallóse éste a dos pasos del gigante negro, absorto en el desacostumbrado manejo de su antiguo escopetón. Aquel obstáculo imprevisto intimidó al asustado caballo, que, aferrándose en el suelo con sus cuatro patas, relinchó rabiosamente y se paró en seco.
    Absyrthus Blockhead prosiguió, por el contrario, su carrera. Arrastrado por su ardor, y un poco también, fuerza es reconocerlo, por la velocidad adquirida, Blockhead franqueó el cuello de su noble corcel, y describiendo una sabia y armoniosa curva, fue, a la manera de un obús, a dar al negro el pleno pecho.
    Proyectil y bombardeado rodaron de consuno por el suelo.
    En este mismo instante Roger y todos sus compañeros llegaban al sitio de aquel memorable combate.
    Blockhead fue recogido y atravesado en una silla, mientras otro turista se apoderaba del caballo. Habiendo montado Roberto sobre el suyo, la pequeña tropa huyó al galope de la aldea negra, por la extremidad opuesta a la que diera entrada.
    Menos de un minuto después del momento en que se había visto a Roberto Morgand, todo el mundo estaba en seguridad.
    Sí; aquel tan breve espacio de tiempo había bastado a Absyrthus Blockhead para ilustrarse para siempre en los fastos de la caballería, inventar una nueva arma arrojadiza y salvar, por añadidura, a uno de sus semejantes.
    Por el momento, aquel valeroso guerrero no parecía hallarse en brillante condición. Una violenta conmoción cerebral habíale sumido en un desmayo, que no mostraba ninguna tendencia a disiparse.
    Tan pronto como se hallaron lo bastante alejados del pueblo negro para no tener ya que temer un retorno ofensivo, echaron pie a tierra, y algunas abluciones de agua fría bastaron para devolver el sentido a Blockhead. Muy en breve se declaró dispuesto a partir.
    Antes, sin embargo, fuéle preciso aceptar las acciones de gracias de Roberto, ante las cuales, por un exceso sin duda de modestia, el estimable tendero honorario no dio muestras de que hubiera comprendido el porqué de la gratitud.
    Marchando al paso, rodeóse durante una hora el pico central de la isla, el Pozo de la Nieve, así llamado en razón de las neveras que los canarios han establecido en sus flancos, y luego se atravesó una vasta meseta sembrada de rocas pasándose sucesivamente, por entre las de Saucillo del Hublo, bloque monolítico de ciento doce metros, de Rentaigo y de la Cuimbre.
    Ya fuese un resto de la emoción causada por los negros, ya el resultado de la fatiga, ya otro motivo cualquiera, lo cierto es que muy pocas palabras se cruzaron mientras se atravesó aquella meseta. La mayor parte de los turistas avanzaban en silencio, casi en el mismo orden que al partir. Solamente algunas filas habían sufrido una ligera modificación. Saunders, por una parte, se había unido al valeroso Blockhead, y Roberto, por otra, cabalgaba al lado de Roger, en tanto que Alice y Dolly formaban la segunda fila.
    Los dos franceses hablaban del incomprensible acontecimiento, que estuvo a punto de costar la vida a uno de ellos.
–Había adivinado usted con exactitud –dijo Roger– previendo una emboscada; sólo que el peligro estaba delante y no a la espalda.
–Es verdad –reconoció Roberto–. Pero ¿podía yo suponer que se atentase a mi humilde persona? Además, estoy convencido de que la casualidad ha sido la que lo ha hecho todo, y que usted habría tenido igual acogida, si en mi lugar hubiera usted ido a aquel pueblo de negros.
–En realidad, ¿qué clase de colonia es esa, negra en pleno país de raza blanca?
–Una antigua república de negros –respondió Roberto–. Hoy, hallándose como se halla abolida la esclavitud en todo país dependiente de un Gobierno civilizado, esta república ha perdido su razón de ser. Pero los negros tienen cerebros obstinados, y los descendientes persisten en las costumbres de los antepasados, y así continúan enterrados en el fondo de sus cavernas salvajes, viviendo en un aislamiento casi absoluto, sin aparecer a veces en las poblaciones próximas durante más de un año.
–No son muy hospitalarios –observó Roger, riendo–. ¿Qué diablos pudo usted hacerles para ponerles de aquel modo en revolución?
–Absolutamente nada –dijo Roberto–. La revolución había estallado antes de mi llegada.
–¡Hombre! ¿Y por qué motivo?
–No me lo han contado; pero he podido adivinarlo fácilmente por las injurias con que me han abrumado. Para comprender sus razones, precisa saber que los canarios ven con malos ojos como los extranjeros llegan a su país cada vez en mayor número, pues creen que todos esos enfermos dejan en sus islas algo de sus enfermedades, y que acabarán por hacerlas mortales. Ahora bien, aquellos negros se imaginaban que nosotros acudíamos a su pueblo con objeto de fundar en él un hospital de leprosos y de tísicos. De ahí su furor.
–¡Un hospital...! ¿Y cómo ha podido nacer semejante idea en sus crespas cabezas?
–Alguno se la habrá inspirado –respondió Roberto–, y puede usted calcular el efecto de semejante amenaza en sus cerebros infantiles, imbuidos de prejuicios locales.
–¿Alguno...? ¿De quién, pues, sospecha usted?
–Del guía.
–¿Con qué objeto?
–Con un objeto de lucro; esto es natural. El bandido contaba con apoderarse de la parte correspondiente en nuestros despojos.
    Verdaderamente aquella explicación parecía bastante plausible, y no era dudoso que las cosas hubiesen pasado así.
    En el transcurso de la noche anterior debió el guía de preparar aquella emboscada y sembrar la cólera entre aquellos sencillos habitantes, fáciles de inflamar y de ser engañados.
    Lo que Roberto se callaba era la parte que con toda seguridad había tomado Jack en aquel complot, y eso con un objetivo muy distinto del pillaje inmediato.
    Después de reflexionar, había, en efecto, adoptado la resolución de no decir nada de sus sospechas. Para semejante acusación se requerían pruebas y Roberto no las tenía; tan sólo presunciones; pero, faltando el guía, no tenía medios de procurarse ninguna prueba material. En semejantes condiciones, era preferible guardar silencio sobre la aventura.
    Aun cuando se hallase más armado de pruebas, hubiera callado, por una parte, por entender que era preferible dejar impune el ataque sufrido a sacar de él una venganza que recaería sobre Mrs. Lindsay al recaer sobre su miserable autor.
    Mientras que ambos franceses debatían aquella interesante cuestión, Saunders había cogido por su cuenta a Blockhead.
–¡Mi enhorabuena, caballero! –díjole poco después de ponerse en marcha.
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